Ha
estado flojón el asunto de la mecánica en el taller. Desde hace meses. Nomas se
queda uno mosqueando.
Solo
los perros que buscan una sombra, evitando el rabioso sol, entran en el zaguán.
Luego
hay que pagar la renta. Los recibos. Los sueldos. En el aire todo el asunto.
De
los tres ayudantes me quede con uno. Ni modo. Les explique a los dos lo de la recesión
económica.
Caray.
Tengo que dejarles ir.
No se
preocupe inge. Ya nos cobramos el seguro de desempleo y la indemnización con
dos de las cajas de herramientas.
Seguimos
tan amigos como siempre.
El
taller esta en la zona centro de la ciudad, puedes distraerte con los
personajes que pululan.
Justo
enfrente del portón de entrada hay una cantina, de esas que llaman tempraneras.
A
las que llegan los que van de paso a la central de autobuses, los trasnochados
y los malandrines que buscan una sombra para atracar por la noche. Dar el
cristalazo preciso y asaltar al borrachito que se queda dormido en la acera. No
perdonan ni los zapatos y calcetines.
Como
en los negocios propios hay que hacer punto. Dicen con risa.
Como
escorpión no pica al amo, los raterillos con que les invites la caguama se van
pando.
Al
chalan le digo, si a eso de las dos de la tarde no cae un cliente nos vamos a
la cantina.
Llevamos
poco más de un mes libando todos los días.
Quien
sabe hasta cuando aguante. Los ahorros se han mermado casi totalmente.
Sabrá
como le hacen para ofrecer tan barata la cerveza familiar.
Debe
ser producto pronto a descomponerse. Llega el camión cada mañana. Descargan y
cargan la totalidad.
Bien
helado en hielo de barra no se siente diferencia.
A eso
de las cuatro de la tarde, al bar entra Macario.
Viene
desde la periferia. De la zona norte.
Llega
con su bolsa de malla. Ofrece huevos cocidos a cinco pesos cada uno.
Le
pido un par.
Saca
los implementos del morral. Trae sal, pimienta y te dice que si lo quieres en
rodajas.
Los
coloca en una servilleta simple. Los pagas y engulles.
Asienta
el estomago, te da paz.
Puedes
seguir pisteando.
Dice
La Violeta, el joto que atiende la barra, que Macario es un buen hombre.
Solo
una vez, alguien intentó pasarse de listo con él.
Se
comió cinco huevos cocidos y luego le dijo que no traía con que pagarle.
Macario
no dijo nada. Aguanto bufando.
Se sentó
y pidió una cerveza.
Siempre
vengo y no me tomo una con los clientes y amigos.
Pidió
la familiar y el vaso.
Como
buen cazador, hizo tiempo.
Cuando
vio que su deudor se fue para los miaderos, lo siguió con su bolsa de malla.
Se escucho
la discusión de págame no te pago. Vas a ver. Te vas a acordar de mi toda la
vida.
Dicen
que después salió gritando el deudor, con el pene cercenado en seis pedazos,
con el mismo implemento con el que Macario te hace en rodajas los huevos
cocidos.
Entre
varios de los parroquianos al herido lo sacaron del galerón.
No
queremos paletas le dijeron a Macario. No se preocupe, nomás me acabo la
cerveza y me retiro.
Tardó
en llegar la Cruz Roja como media hora.
Dicen que fue imposible reinsertarle el pene.
Desde
entonces, a Macario, cuando le pedimos
los huevos cocidos, en el mismo momento los liquidamos.